Porque ser valientes para admitir lo que realmente se quiere no es el problema, porque ser sinceros para aclarar el nombre de las cosas forma parte de la solución… Lucía Gorría Juárez, escritora del libro de relatos EL SENDERO DE UNA VIDA (editorial Hebras de Tinta, 2019 CUARTA EDICIÓN), nos propone esta preciosa y sincera reflexión acerca de cómo nos presentamos al mundo y cómo pensamos en realidad.

Lucía Gorría Juárez es una escritora muy querida y apreciada en la editorial Hebras de Tinta. Ella nos ha mostrado su apuesta por la autopublicación y cómo se vive el éxito de un título editado con serenidad, esfuerzo y muchísima alegría compartida.

Lucía Gorría Juárez. Editorial de autopublicación Hebras de Tinta. Autopublicación literaria

VIDA EN MODO CHANDALERA

No nos engañemos, todas y todos vivimos bajo la influencia de lo que creemos que piensan los demás de nosotros, por mucho que se nos llene la boca de que somos libres y que nos importa un bledo lo que digan de nuestra persona.

Parad un segundo delante de vuestro armario… Abres las puertas, lo recorres lentamente, con pausa y pensando realmente cuál de vuestra ropa es objetivamente la más cómoda y práctica. Probablemente no se encuentra junto a los trajes, ni junto a los vestidos de fiesta, ni junto a las camisas tan bien planchadas, seguramente ni siquiera está en ese armario porque está relegada, sin causa justificada, en el fondo del último cajón: el cual pocas veces sueles abrir y en el que, castigado, se encuentra tu comodín, nunca mejor dicho, para esas tardes de invierno en las que ni se te ocurriría pisar la calle, o en los días que la gripe te obliga a ponerte los más agradable que tienes. Para unos será un chándal viejo y descolorido, para otros unas mallas dadas de sí, para unos pocos serán camisas o jerséis talla XXXXL con un pantalón flojo de algodón, pero lo importante es lo que nos hace sentir: liberación, espacio, deshago o como quieras llamarlo. Aunque tienen un pequeño inconveniente: no se te ocurriría arriesgarte a que te vieran con semejante pinta, ni siquiera al ir a tirar la basura, no vaya a ser que el vecino del quinto, del que no sabes ni su nombre, te pille en lo que pudiera parecer tu peor momento.

 Antes muerta que sencilla… se suele decir, por eso tienes unos pantalones pitillo de talle bajo y que apenas te dejan respirar, esos que en verano te parecen una sauna a pesar de tener, estratégicamente, ciertas aberturas en las rodillas pero que, en invierno, te dejan las piernas como carámbanos. Te los enfundas como buenamente puedes en unos segundos junto con una camiseta con un millón de lentejuelas, porque el brilli-brilli está de moda, a sabiendas de que pica un montón. Te calzas uno taconazos que por cada paso que das te quebrantan las piernas, cadera y espalda y te vas a la cafetería de la esquina a por media barra de pan para volver en cuestión de cinco minutos, pero ya no importa encontrarte con el vecino del quinto, con la del tercero ni con los del segundo porque antes de salir te has mirado y remirado en el espejo y estás perfecta. Aquí viene la cuestión: ¿Para quién? ¿Para ti o para los demás?

Yo he llegado a la conclusión de que estamos tan preocupados de lo que pensarán al vernos pasar, tan pendientes por cómo creemos que se nos ve, por cómo pensamos que se nos juzga, porque se supone que la primera impresión es la que cuenta, que la mayoría de las veces simplemente no nos fijamos en los demás, a no ser que estén fuera de la dichosa “norma” o “normalidad”, por lo tanto, tampoco los demás se fijarán en nosotros. Así de simple.

Vuelve a observar con detenimiento tu ropero, plantéate si existe comodidad en llevar las corbatas que tanto te asfixian, en la americana ajustada y hecha a medida que te impide saltar y bailar, en los shorts que estrangulan tus imponentes piernas, en los monísimos sujetadores con puntilla que irritan tu piel, en los monos imposibles de atar por uno mismo, en las medias que se van escurriendo poco a poco, en las camisas de mil botones, en la falda de tubo que te impide mostrar tu agilidad al  subir las escaleras, en los zapatos de caballero que oprimen tus callos, en el dichoso “tanga” del cual es mejor no hablar, en los vestidos de fiesta hechos para posar en las fotos y terribles para sentarte a la mesa, en los zapatos de aguja de diez centímetros que destrozan los pies, en el minibolso donde no caben las tiritas para tus ampollas o en el megamaxisuperbolsón de Mery Poppins que es tan pesado que tu brazo acaba por alargarse un palmo.

¿Dormirías a pierna suelta con alguna de estas prendas o maravillosos complementos? Yo, desde luego que no.  Por eso hoy reivindico la maravillosa idea de vivir en “modo chándal”  o “modo malla” sin ser juzgado o juzgada, en el que puedo bailar y saltar toda la noche en la boda de mi mejor amiga, en el que puedo aguantar el chaparrón de mi jefe que no para de sudar con su traje inmaculado, en el que puedo estar tranquila en los días de viento porque mis bragas de talle alto no estarán a la vista de todos, porque lograré caminar sobre la hierba sin hundirme cual submarino y no parecer un pingüino caminando, por todo esto y porque el papel de regalo no representa los maravillosos regalos que en realidad somos.

Hoy defiendo a capa, espada y con mallas la vida chandalera.

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