Por Paco Melero Editor de la editorial Hebras de Tinta

El autor escribe “FIN” en la última página de su borrador o manuscrito

Un autor da por terminado su manuscrito. Con la emoción que encierra el “rito de escribir FIN” en la página final, contempla con satisfacción aquello que ha sido capaz de crear; al igual que contempla todo el tiempo que le ha llevado hacerlo, el esfuerzo, la disciplina que ha debido adquirir, la técnica aprendida… el talento y la imaginación soñadas y conseguidas.

Y ahora… es el momento de que ese manuscrito dé sus primeros pasos

Si hasta aquí, el manuscrito solo ha tenido que enfrentarse al criterio creativo del propio escritor, de su escritora, ha llegado el momento de cruzar el umbral hacia la versión externa de lo realizado: ya sea la opinión de un lector cercano o la crítica profesional de un editor. En cualquiera de los casos, el manuscrito deja de estar protegido por lo que el propio autor conoce de él desde dentro, pues aquel que lo lea no tendrá al creador para explicarle el porqué de esto… o qué quiso decir con aquello…

No es lo mismo terminar de escribir un manuscrito que dar por terminado un manuscrito para que pueda ser leído

Lo primero que hay que señalar es que cuando un autor o autora escribe para llegar a ser leído, ha de tener en cuenta cuestiones distintas a cuando se escribe por afición personal o para dejar en papel aquello a lo que le lleva su creatividad o imaginación. Cuando un escritor busca ser leído, cruza el pulso hacia una maravillosa vocación literaria y universal; tan antigua y tan legítima como la propia condición del hombre (unos la desarrollan y otros no).

Pero esta vocación literaria, cuando se busca ser leído por otros, incluye la preocupación por el lenguaje. Eso es lo que distingue, precisamente, a alguien que escribe para sí mismo y a alguien que escribe para los demás. Cuando uno escribe para sí mismo, puede atribuir a su obra cuantas licencias quepan en su propia intimidad. Pero si un autor ha de llegar a un lector… ha de hacerse entender, ha de compartir con él una lengua común, unos registros y unos parámetros mediante los cuales la subjetividad queda tan solo en el imaginario que vuela sobre las palabras, pero unas palabras, párrafos, capítulos… que han de estar reglados según lo que el escritor y el lector comparten: el mismo lenguaje.

Por eso, no todos los manuscritos terminados de escribir están terminados para ser leídos. Y es que lo más habitual es que el escritor esté tan acostumbrado a su texto, lo haya reescrito o leído tantas veces, que muy probablemente le falte el filtro de la distancia y de cierta neutralidad para obtener una opinión del manuscrito más allá del propio criterio, criterio cosido a muchos meses a su escritura.

El criterio profesional en la autopublicación sobre un manuscrito definitivo

Cuando un autor termina su manuscrito y lo quiere autopublicar, ¿cómo puede saber que ya está listo el texto para que llegue al lector? Y en el caso de que no sea así, ¿cómo saber lo que le falta?

La respuesta la encontrará acudiendo a un profesional de la autopublicación. Lo lógico sería que, si un escritor o escritora va a autopublicar su obra, sea la editorial de autopublicación elegida quien realice ese “filtro literario sobre el texto”. Un editor, y los miembros de su departamento de edición, pueden realizar una serie de actuaciones sobre un borrador original que les lleve a detectar los logros y carencias de un texto. A partir de ahí, el trabajo es potenciar esos logros y eliminar y minimizar las carencias.

Es por ello que, por ejemplo, en esta editorial, Hebras de Tinta, comentamos con el autor que lo primero a la hora de hablar de una autopublicación no es la cuestión del presupuesto, sino del manuscrito. Es decir, revisar el manuscrito, ver qué trabajo hay que hacer para publicarlo con dignidad literaria y a partir de ahí hacer un presupuesto.

Actuar de esta manera incluye dos cuestiones. La primera es que damos importancia a que el manuscrito sea trabajado de forma profesional. La segunda es que no nos importa competir con presupuestos más económicos si para ello hemos de reducir servicios que den como resultado una edición de calidad. No nos preocupa ser competitivos, nos preocupa que nuestras ediciones no contengan errores, que los textos que publicamos estén bien estructurados, que una obra publicada por Hebras de Tinta esté a la altura de cualquier editorial convencional.

Y ahora sí, una vez bien editada y publicada, que cada título se lance al mercado y que evolucione a partir del talento y las circunstancias; pero en ningún caso porque esté publicado en una mala edición.

La autopublicación es tan legítima como cualquier otra forma de publicar

Una vez transitadas estas etapas, haber escrito un manuscrito, haberlo pulido para que sea comprensible al lector, habiendo eliminado del mismo las cuestiones que entorpecen a su calidad literaria… se puede autopublicar. Porque si la autopublicación se hace pasando por estos filtros, no habrá diferencia entre un ejemplar bien autopublicado y un ejemplar bien publicado por una editorial convencional. Como tampoco habrá diferencia en el error de hacer una mala edición de una obra mal autopublicada y una obra mal publicada en una editorial convencional (salvo porque probablemente hemos tenido que pagar por una autopublicación que no cuida sus textos, si así fuera).