Comentario sobre El quinto anejo. Crónicas desde Berlín en tiempo de pandemia, por María Jesús Ortiz Moreiro

Suceden cosas que nos superan.  

La pandemia llegó sin pedir permiso y lo hizo, además, arrasando. Se llevó por delante millones de vidas, marcó a muchísimos con problemas de salud de los que aún hoy se resienten, revolucionó el ámbito sanitario, alteró el mercado laboral, sacudió la economía mundial, afectó a las relaciones internacionales, impactó de lleno en las personales. Dejamos de ser esa aldea global en la que todo estaba a mano – o eso creíamos –. Tomamos conciencia de que las distancias existen. La pandemia nos quitó el cetro de amos del cotarro. Nos bajó los humos. Nos paró los pies – los relojes también se pararon –. Embargó nuestras agendas. Convirtió la rutina en objeto de deseo. En el regreso a las citas grises, a los compromisos insípidos de nuestro día a día depositamos todas nuestras esperanzas durante el tiempo excepcional que significaron los tres años largos en los que la infección del coronavirus tuvo categoría pandémica. 

Suceden cosas que nos superan y nos cambian. No nos quedó otra que amoldarnos a las circunstancias. Las restricciones de movimiento, la distancia de seguridad, el uso de la mascarilla en espacios públicos, nos obligaron a aprender a socializar de otra forma. Hablábamos con el vecino de balcón, en el que descubrimos un buen tipo, un colega, un confidente. Celebrábamos nacimientos y cumpleaños por videoconferencia. Cambiamos el arroz para los novios por una tarjeta animada que mandamos por correo electrónico. Dimos pésames sustituyendo el abrazo por un corazón negro o un emoticono de lágrima gruesa en mensajes de wasap. Las redes sociales se convirtieron en expositor de nuestros nuevos hobbies: jardinería, ebanistería, cocina… Y la radio y su primo el pódcast se convirtieron en formatos muy populares. Necesitábamos compañía y nos la procuró la voz, que llega hasta el rincón más profundo de nuestra esfera más privada que la imagen no alcanza. Fue, sobre todo en los días de mayor incertidumbre, nuestro billete al mundo exterior sin movernos de casa. La radio volvió sobre sus pasos hasta aquella época en la que en torno al transistor se congregaba la familia para oír el partido de fútbol, el parte de guerra o la radionovela. El contenido a la carta vía voz que proporciona el pódcast cubría, por su parte, las necesidades de crecimiento, entretenimiento o evasión de cada cual. Los hubo – y sigue habiendo – de todo tipo y condición – vinieron para quedarse, como el COVID –. Fueron de gran utilidad aquellos que brindaron un espacio de encuentro e intercambio cuando toda posibilidad de encuentro e intercambio en persona estaba tan limitada. En esta modalidad se enmarca el pódcast “Todo va bien Guadix”, impulsado por Jesús Javier Pérez y Pilar Molero, comunicadores de Guadix, Granada, a modo de plazoleta virtual para que accitanos y allegados pudieran continuar en contacto en el contexto pandémico. Era un programa muy participativo, nutrido por las aportaciones de la audiencia, entre las que estaban mis crónicas desde Berlín, ciudad rebautizada como “el quinto anejo”. Guadix tiene cuatro pedanías. El pódcast me hacía sentir mi tierra tan cerca que parecía estar hablándoles a mis paisanos desde el barrio norte, desde el quinto anejo. Mis colaboraciones sintonizaban con el espíritu de “Todo va bien”, dirigido a abonar el campo del periodismo lento, de cercanía, receptivo a las demandas ciudadanas, periodismo con vocación de contar historias con su porqué, con sus nombres propios, con su trasfondo. Así, aunque algunas crónicas estaban más centradas en lo que era noticia en aquel entonces, procuraba relacionarlas con algún evento histórico o aportar un contexto social, una referencia literaria.    

Escuchar uno tras otro los dos centenares de programas emitidos me llevaron a dos conclusiones básicas. Por un lado, este ejercicio revelaba la montaña rusa emocional que vivimos durante aquellos años: conocimos momentos de tensión y distensión, unos con previsiones más optimistas, otros con peores augurios. Por otro lado, me dejaba bien claro aquello con lo que empezaba: que suceden cosas que nos superan y ante lo que no nos queda otra que adaptarnos y sortear las dificultades sobrevenidas, vamos, hacer de la necesidad virtud, ser resilientes. Ya que somos de natural olvidadizos, como remedio frente al olvido de aquello por lo que pasamos y que nos cambió, es por lo que decidí pasar al papel mis crónicas podcasteras. El papel continúa teniendo esa función simbólica de notario de realidad. Si está escrito, es que fue. Así que la palabra dicha pasó a palabra escrita y para efectuar tal trasferencia confié en Hebras de Tinta. Por recomendación de mi paisana y escritora Carmen Hernández Montalbán contacté con la editorial y desde el principio hallé en Paco Melero y su equipo la escucha activa y el asesoramiento fundamentado que estaba buscando.  

Todos tenemos un quinto anejo, un espacio desde el que sentimos e interpretamos el mundo de fuera. Para mí, durante el periodo que nos ocupa, fue Berlín. El Berlín que el lector encuentra en el libro no es el de las guías turísticas. Naturalmente hablo del Muro, de la Segunda Guerra Mundial y sus destrozos o de la ciudad como plató cinematográfico, pero lo hago con historias no tan conocidas por el público español. También me esmeré en mostrar por dónde late Berlín, aproximarme a sus usos y costumbres. Asimismo, aproveché la mirada despejada que procura mi punto de vista como expatriada y llegué a la conclusión de que España y Alemania concurren en lugares comunes. No somos tan distintos. Disfruté mucho con esta traducción cultural en ambas direcciones y me esforcé en explicar modos y maneras asentadas aquí y allí para que fueran entendibles por ambas partes. Esto hace que las crónicas también sean de interés tanto para quien no ha pisado nunca Berlín como para quien tampoco conoce Guadix. Además, al ser la pandemia el marco en el que trascurrieron estas colaboraciones podcasteras, todos pasamos por procesos similares, por lo que los anhelos y las inquietudes que impregnan las crónicas son idénticos a los vividos por cualquiera en cualquier rincón del mundo. 

Y es que suceden cosas que deben ser contadas. Estas lo fueron desde el quinto anejo. 

La presentación tuvo lugar el miércoles 3 de abril en la librería Altamarea de Arganzuela, Madrid. La autora estuvo acompañada por el periodista Manuel Muñiz.