Sergio Pardo
En un lugar de la sierra, de cuyo nombre no quiero acordarme, por ahí por los años noventa nació el muchacho que ahora escribe. Mozo aficionado, entre otras cosas, al deporte y las artes. Tal era su devoción por estas últimas que, de tanto mezclarlas, acabose dedicando al circo, volcando así su demencia entre malabares y acrobacias. Pero no eran peripecias y cabriolas todo lo que este arlequín hacía, ya que entre caídas y sudores desempolvaba las plumas que otros dementes dejaron en sus caminos, para sellar con su tinta su propia versión del mundo y su percepción.
Clarifíquese que dichas prácticas quedaron siempre ocultas entre bambalinas, como un acto de intimidad de nuestro hidalgo cirquero. Después de saciar su sed de carpa en España y, tras haber adquirido lo que esta hubo a bien darle, mudose más al norte, a Bruselas exactamente, en busca de aventura. Tres años habrían de durar las enseñanzas con aquellos maestros que marchose a buscar.
Finalmente, y después de seis años de gestas en distintas instituciones, andose presto como artista andante, buscando escenarios donde mostrar su arte… mas su pluma, siempre en su bolsillo y testigo del camino, va plasmando lo que vino.