Antonio Gil Torres
De los quince a los veintidós la vida laboral me llegaba por fascículos, así que empecé trabajos que dejé el mismo día. Probé tantos que creo que podría opinar algo sobre todos los gremios; pero solo como opinión de un alumno de todo y maestro de nada.
Y saltando de rama en rama caí en la social sanitaria, de la que solo cambiaría el sueldo, no para hacerme rico, pero sí para que vivir y dedicarme a lo que me gusta fuera compatible.
Mi primera relación fue genial. Se trataba de una chica estupenda que me aportaba mucha tranquilidad y estabilidad. La dejé a los pocos meses y después pasé mucho tiempo solo. Aquellos tiempos, en los que tenía que haber estado solo, los pasé mal acompañado; otras veces fui yo la mala compañía de quien hubiera estado mejor sola; en ocasiones llené ratos y vacíos en camas u olvidándome, entre posturas, de que lo que necesitaba no era eso. Así hasta que un día me encontré conmigo.
De mis aficiones efímeras podría escribir un libro… un partido de baloncesto, diferentes deportes de contacto para acabar boxeando durante unos años, hasta que el yoga me hizo aburrirme del boxeo, la piscina me ayudó a sumergirme en mí y la montaña me invitó a pasear por las nubes.
Melómano y arrítmico de nacimiento, he luchado contra mis movimientos sin compás. Probé sin éxito diferentes instrumentos hasta descubrir mi relación con la música. Y ahí sigo probando todo lo que me genere curiosidad, siendo a veces efímero y otras quedándose por tiempo.
Imagino que debe estar bien tener todo claro, lo imagino, pero creo que nunca lo sabré; aunque sé que no tener claro nada, llegar de rebote, descubrir por casualidad y saber qué te gusta después de saber qué no… es realmente emocionante.
Sin olvidarme de que soy maestro de nada, y por supuesto sin querer dar consejos, creo que cada uno debe equivocarse solito, sacar sus conclusiones y descubrir quién es.