Francisco Cuena Boy, Catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Cantabria, escribe esta introducción para la novela de Tomás Martín UN VIENTO EN LA NOCHE.

Para decir algo más concreto sobre la novela, pero sin destripar su argumento, en lo que resta glosaré rápidamente cada uno de los ingredientes principales señalados al comienzo de esta presentación. En primer lugar, el tiempo histórico en el que se sitúa la trama. Se trata de una época oscura en la que las consecuencias de la terrible tragedia que fue la Guerra Civil española se sienten todavía con toda su fuerza. Estamos a mediados de los años sesenta, han pasado casi tres décadas de dictadura y el ambiente sigue siendo globalmente tristón, mediocre, sombrío; en una palabra, opresivo. Las luces no se han extinguido del todo, pero se refugian, débiles y aisladas, en los recovecos de la lóbrega situación: una librería provinciana, ciertos amigos, el director de un instituto, especie de liberal agazapado…

El personaje principal de la novela es una más de esas luces; una luz, sin embargo, que comete un error, el de querer alumbrar demasiado, lo que pronto la acabará señalando contra la oscuridad del fondo general y oficial. En efecto, el profesor de Lengua y Literatura Martín Gómez entiende y practica su oficio con una amplitud de miras, con una libertad y con una franqueza que el Régimen no está dispuesto a tolerar: será expedientado y se llevará consigo al destierro varias heridas —un amor cruelmente truncado, el trágico fin de su madre, la suerte desconocida de su padre— aún sin cerrar. Este es el componente político del relato, complementado por el recuerdo constante de unos antecedentes familiares que no sitúan al protagonista precisamente en las filas de los más conformes con la situación.

Los alumnos de Martín son estudiantes de bachillerato, primero en el instituto del que es expulsado y, acto seguido, en aquel otro de la localidad en la que se le confina temporalmente. Vencida la sorpresa inicial que les causan sus métodos, esos adolescentes absorben ávidos y jubilosos las enseñanzas de su profesor. Ahora, en su nuevo destino, este se muestra un poco más cauto, pero su dedicación a los chavales permanece intacta y él igualmente apegado al alto sentido de su misión: enseñar lengua y literatura, por supuesto, y llegando hasta los mismos límites de lo permitido, pero sobre todo formar ciudadanos críticos y dotados para la libertad. La confianza en la fuerza transformadora de la educación es uno de los ejes principales de la novela. En este sentido, me parece que el autor podría suscribir la cita inicial de Samuelson según la cual un hombre es —¿en qué proporción?— el resultado del bachillerato. Y aquí debo dejar el tema, aunque yo por mi parte no crea tanto como Tomás en aquella fuerza, por lo menos en la situación actual.

La frase de Samuelson afirma también que el hombre es el resultado de su madre. Paquita, la madre de Martín, ha muerto hace ya siete años, pero su recuerdo atraviesa de principio a fin toda la historia. Un recuerdo orlado de consejos y palabras que quedaron grabados en la mente y el corazón del hijo; un recuerdo en el que se aloja un suceso, incomprensible a ojos del niño Martín, destinado a adquirir en un lejano futuro nueva y gozosa significación para el Martín adulto. Sobre todo, un recuerdo teñido de amargura: la inexplicada ausencia del padre, la duda y el temor causados por su desaparición, el estigma de los vencidos —apurado por la madre mucho más allá de lo que nunca supo su hijo—, la desmoralización poco menos que inevitable de Paquita, su muerte inesperada y los remordimientos consiguientes del hijo.           

El horizonte no puede ser más desalentador. Martín llega a su nuevo destino con la maleta cargada de problemas e incertidumbre. Pero allí, en los pocos meses que durará su destierro, su suerte va a cambiar radicalmente. El factor decisivo —no el único— es el amor, aunque sobre este tema conviene ser especialmente discreto para respetar al máximo la capacidad de sorprenderse del lector. Nuevos sinsabores —la situación de Baudilio— y nuevas decepciones —el egoísmo de Elvira— no podrán impedir que nuestro apaleado profesor se enamore, tomando desde este momento la historia unos derroteros que conducirán a un ensamblaje satisfactorio, y en buena medida impactante, de todas las piezas del puzle, de ese enrevesado jeroglífico que había llegado a ser su vida para Martín.

Y por último los escenarios en los que se desenvuelve la trama, esos de los que he dicho al principio que no podían ser sino los que son. Al afirmar esto estaba pensando en dos de los tres escenarios y en una necesidad de estos no exigida en rigor por la historia contada, que podría haberse desarrollado sin grandes cambios en otros lugares, sino nacida de la personalidad y experiencia de su autor-inventor, o sea, del propio Tomás Martín. En efecto, a quien sepa que Tomás es saldañés no le costará nada reconocer la presencia de Saldaña detrás del pueblo llamado Altovalle, alfa y omega de todo lo que sucede en la novela. Y a quien sepa de la querencia marítima de Tomás, el nombre de Calaschicas le sugerirá fácilmente alguna placentera localidad de la costa cántabra de esas a las que tanto le gusta retirarse de vez en cuando. El pueblo donde Martín sufre su destierro, Villa de Fresnos, es más difícil de localizar: quizás un pueblo extremeño no de los más pequeños; en todo caso, de interior y de ambiente semirural.

Me parece a mí que con este libro Tomás ha querido saldar una deuda de gratitud hacia lo que le dio el Instituto de Enseñanza Media que frecuentó en su juventud, precisamente el de Saldaña, y con ello rendir un homenaje a ese centro de enseñanza y a todos los semejantes a él que tan importantes fueron en la segunda mitad del franquismo para el progreso sociocultural de las gentes del mundo rural y también, aunque más a la larga, para su emancipación política. Por mil razones que sería tedioso exponer, yo no puedo sino alabar estos propósitos. Contando con ellos, me complace terminar esta presentación recomendando la lectura de una novela sincera, entrañable, interesante y bien escrita: Un viento en la noche.