Descripción
En esta obra, el autor ejerce de catedrático de sentido común por la Universidad de la Vida. Cree que es uno de los pocos, si no el único homo sapiens hispánico en ostentar dicha cátedra, a juzgar por la experiencia de sesenta años de buscar y no encontrar personas con esa especialidad. Al igual que Diógenes, buscó seres humanos honestos y tuvo la suerte de encontrar un gran número de ellos; cómo no, dio con no pocos ególatras, bastantes fatuos, muchas personas bondadosas, más locos de atar de los necesarios, gente sumisa, un número excesivo de hijos de puta, abundantes lameculos, un océano de mentirosos, algunas personas sinceras, múltiples estúpidos, y demasiados políticos corruptos, pero ni una sola persona con sentido común plenamente activo. En base a ello, deduce que alguien eliminó del adn de los humanos autóctonos de la península ibérica ese elemento que venía de serie —en fase embrionaria— en el cerebro de todo recién nacido, junto con los cinco sentidos básicos, más desarrollados. El sentido común se define como el conocimiento que se va adquiriendo por medio de la experiencia y a través de los sentidos, de una manera espontánea, dispersa, acrítica y convencional, al margen de nuestros conocimientos académicos, siendo capaz de conectarnos con lo que realmente importa. Pues bien, esta definición tan prolija no es hoy en día sino el epitafio de un concepto extinto. Cree el autor que el inventor del refrán el sentido común es el menos común de los sentidos, tuvo que ser un científico que creó en su laboratorio, hace décadas, la sustancia que más tarde soltó en la atmósfera y que anuló el genoma del sentido común. Para él no cabe otra explicación. ¿Cómo, si no, asumir la cantidad de acontecimientos políticos y sociales que suceden todos los días en este País, tan contrarios a la lógica, a la sensatez y a la prudencia, que casi todos aceptamos como normales, no siéndolo?
El sentido común es el argumento principal de esta obra. Está escrita por quien dice ser una rara avis, que verdaderamente ostenta el título de catedrático de sentido común. Leedla y juzgar por vosotros mismos, no sea que el autor se haya puesto una medalla que no le corresponda.
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