Es fundamental que los medios de cultura borren las estigmatización que sufren hombres y mujeres con depresión. También en la autopublicación existen verdaderas y alentadoras joyas.

Lucía Gorría Juárez es autora del libro de relatos EL SENDERO DE UNA VIDA (editorial Hebras de Tinta, 2018). Este título ha tenido un enorme éxito entre lectores y medios de comunicación, estando ya en su cuarta edición.

Relato: MI CAMISETA

Hebras de Tinta Autora Lucía Gorria Juárez
Lucía Gorría Juárez.
Editorial Hebras de Tinta

—Buenos días, doctor —intento decir con mi mejor cara.

—Buenos días, Lucía, cuénteme cómo se encuentra hoy.

—Pues sigo igual desde hace una semana, me duele el estómago, estoy agotada y no hay alimento o bebida que no vuelva a salir por donde ha entrado. Además, continuo con descomposición.

—De acuerdo. Voy a tomarle la tensión…. Hummm, está bastante baja. Túmbese en la camilla, por favor, desabróchese el pantalón y súbase la camisa. Veamos cómo tiene la tripa… Hummm, sí, sigue igual. Como ya le comenté la semana pasada, usted tiene una gripe muy fuerte y esto forma parte de los síntomas. Siga tomando Ibuprofeno tres veces al día y veremos cómo se encuentra la semana que viene.

Dos días más tarde acudo desesperada a urgencias porque empiezo a defecar sangre, no puedo parar de llorar de lo angustiada que me encuentro. ¡Ya no puedo más! Allí me atiende un amable doctor que me vuelve a recordar que tengo gripe y que me tome un ibuprofeno más. De ahí para casa.

Cuatro días después vuelvo al ambulatorio y resulta que el que está enfermo es mi médico habitual. Me atiende una doctora tan amble como él, pero esta vez, y al mirar mi historial, me dice que, aunque tengo gripe cree conveniente hacerme un análisis de sangre y un cultivo de heces. El resultado llega en unos días.

Tengo salmonelosis. Parece ser que la gripe ha dejado mis defensas por los suelos y estoy abierta a cualquier virus, bacteria o bichito que me quiera matar por dentro.

Cambiemos alguna cosita de esta historia:

—Buenos días, doctor —intento decir con mi mejor cara.

—Buenos días, Lucía, cuénteme cómo se encuentras hoy.

—Pues sigo igual desde hace una semana, me duele el estómago, estoy agotada y no hay alimento o bebida que no vuelva a salir por donde ha entrado. Además, continuo con descomposición.

—De acuerdo. Voy a tomarle la tensión… Hummm, está bastante baja. Túmbese en la camilla, por favor, desabróchese el pantalón y súbase la camisa. Veamos cómo tiene la tripa… Hummm, sí, sigue igual. Como ya le comenté la semana pasada, usted tiene depresión y esto forma parte de los síntomas. Siga tomando alprazolam tres veces al día y veremos cómo se encuentra la semana que viene.

Dos días más tarde acudo desesperada a urgencias porque empiezo a defecar sangre, no puedo parar de llorar de lo angustiada que me encuentro. ¡Ya no puedo más! Allí me atiende un amable doctor que me vuelve a recordar que tengo depresión y que me tome un alprazolam más. De ahí, para casa.

Cuatro días después vuelvo al ambulatorio y resulta que el que está enfermo es mi médico habitual. Me atiende una doctora tan amble como él, pero esta vez, y al mirar mi historial, me dice que, aunque tengo depresión cree conveniente hacerme un análisis de sangre y un cultivo de heces. El resultado llega en unos días.

Tengo salmonelosis. Parece ser que la depresión ha dejado mis defensas por los suelos y estoy abierta a cualquier virus, bacteria o bichito que me quiera matar por dentro.

Reflexión: LAS PERSONAS CON DEPRESIÓN NO SOMOS SERES ANORMALES

Lucía Gorría Juárez. Editorial de autopublicación Hebras de Tinta. Autopublicación literaria

Esto me ha ocurrido en varias ocasiones durante y después de recuperarme totalmente de esta enfermedad, la depresión, pero parece ser que todo lo que me pueda ocurrirme es culpa de la depresión, ansiedad o el estrés; así que lo mejor es solucionarlo subiendo la dosis de ansiolíticos y de antidepresivos. Que me caigo por las escaleras al tropezarme y me rompo un dedo… pues alprazolam; que me sube la fiebre por un catarro… antidepresivo; que tengo dermatitis por el cambio de tiempo… subimos la dosis de alprazolam; que tengo diarrea y vómitos por la maldita salmonelosis y no puedo parar de llorar… pues cambiamos el antidepresivo y volvemos a aumentar el alprazolam.

Entiendo, comprendo y asumo que la depresión es el “principio activo” de muchos síntomas psicosomáticos, pero también sé que por experiencia que alguien con estrés, ansiedad o depresión puede llegar a pillarse un catarro o una gripe como cualquier otra persona, romperse un brazo o tener, en mi caso, una salmonelosis. Después de haber superado con mucho esfuerzo, trabajo y ayuda esta enfermedad mental que es la depresión, tal vez sería conveniente dejar de colgar el San Benito de “persona con depresión para todo”, porque os aseguro que no ayuda nada.

Hemos avanzado muchísimo en los últimos 20 años en cuanto a hablar de temas tabús sobre enfermedades mentales, de hecho, ya no se las oculta por vergüenza a las personas, en las casas o en habitaciones, incluso somos capaces de reconocer que alguien esta “bajo” o “tocado”, por decirlo vulgarmente. Pero todavía queda mucho trayecto por recorrer para dejar de etiquetar a alguien el resto de sus vidas con el nombre de una enfermedad, como si solo fueran eso.

No tengo problemas para reconocer abiertamente por lo que he pasado, por mi proceso depresivo. Es más, me siento orgullosa de ser una de esas miles de millones de personas que consiguen recuperarse y vuelven a tener una vida normal. Bueno, en realidad, una vida mejor, pero en varias ocasiones, y es bastante más común de lo que pensamos, he tenido la sensación de que durante un tiempo he llevado puesta una apestosa camiseta con una frase inscrita: Tengo depresión, por lo que soy especial; trátame como si no entendiera nada. Mis errores son debidos a esta enfermedad y mi opinión no tiene valor. Lo cierto es que una vez que te recuperas, ya te quedas con el San Benito para el resto de tus tiempos y por asociación lo heredan tu pareja o incluso tus descendientes: “Es el marido de…” y “son los hijos de…”

He tenido el placer, la suerte y el honor de encontrarme y coincidir en mi camino con muchas personas en una situación parecida a la mía y tenemos algo en común que hemos llegado a compartir abiertamente: se nos califica como personas que han perdido capacidad para trabajar o incluso, en algunos sectores, somos peligrosas, por lo que la incorporación nuevamente al trabajo ha llegado a ser un fracaso; resulta que cualquier error, despiste o equivocación se mira con muy malos ojos y se nos juzga de antemano.

El valor de nuestras opiniones se pierde completamente y nuestra credibilidad se esfuma por la ventana si vuelves a sonreír o tienes el descaro de ser feliz. Todas y todos hemos llegado a escuchar en un momento, o en más de uno, las dichosas frases de… “eres una exagerada” o… “es que si no pones de tu parte”. Os aseguro que nadie quiere sentir cómo la tristeza extrema le corroe y le pudre por dentro, ni que la vida es un castigo y la muerte la única solución. Nadie quiere tener malestares continuos por la tensión o dolores de cabeza diarios de tanto llorar. Nadie quiere sentir que no vales nada ni la humillación de haber perdido el control de tu vida. Nadie quiere que se le caiga el pelo o tener heridas en la piel de tanto rascarse. Nadie quiere tener miedo a comer, a dormir o a salir a la calle. Nadie quiere despertarse por las noches aterrada y con el corazón a punto de salírsele del pecho. Nadie, realmente nadie quiere tener pánico a vivir… Así que si ponemos de nuestra parte cuando vamos desesperados al médico sin saber qué nos pasa, cuando nos obligamos a salir a la calle aunque sea a tirar la basura, cuando nos escondemos de los ojos de los demás para llorar y no molestar, cuando nos alimentamos a pesar de tener un candado en la garganta, cuando aceptamos la ayuda que se nos ofrece, cuando seguimos al pie de la letra las indicaciones de los médicos a pesar de que no siempre se acierta a la primera con las medicaciones, cuando acudimos  a las sesiones de terapia psiquiátrica durante meses y años, estamos poniendo un poquito más de nuestra parte hasta conseguir que eso sea poner mucho.

Basta ya de identificar y condicionar a una persona por una enfermedad, pues es como si a alguien la tratáramos de forma diferente o la identificáramos por esa enfermedad. ¿Si has pasado una varicela eres una varicelosa?, ¿si un catarro entonces eres una catarrosa?, ¿si una neumonía eres una neumónica? Esto pasa continuamente con personas con enfermedades mentales, personas a las que se las denomina negativamente como depresiva, bipolar, esquizofrénica, anoréxica, bulímica e incluso, una vez, una mujer me contó su experiencia con el cáncer y se convirtió en la cancerosa.

No son enfermedades con patas que viven en el mundo, ni es una característica más, ni tiene por qué ser algo crónico. Para sorpresa de muchos ignorantes, se trata de cosas que se pueden curar o aprender a vivir con ellas con normalidad.

A día de hoy, recuperada, he decidido ponerme mi mejor y más reluciente camisa en la que pone: Soy feliz, aunque haya tenido depresión.

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