Nada mejor para hablar de literatura que cuando esta se expresa por sí misma. Por eso, y porque en la editorial Hebras de Tinta hemos publicado textos exquisitos, queremos compartirlos con orgullo de hogar literario, con conciencia de estar creando una interesante red de escritores que, ante todo, creen en sí mismo y el buen criterio de los lectores.

Ramón Rodil Gavala es un escritor que publicó en esta casa su primer libro de relatos, EL PALOMAR (ya en su segunda edición). Actualmente estamos en pleno proceso de edición de su segundo libro, también de relatos, PRIMERA VEZ (en pruebas de corrección).

Os dejamos este relato, perteneciente a EL PALOMAR, con la intención explícita de que el lector interesado indague más a fondo en este autor.

Paloma mensajera

Paloma que asiente: Ascensión

Paloma mensajera:Petra

Ascensión estaba sentada en su butaca preferida en la cocina, a la que había convertido en una pequeña sala de estar, en su lugar preferido; incorporando a la estancia la butaca, un sofá y su tele.

Encendió la estufa de leña con un chorro de gasoil, pues con aquella alta temperatura sus huesos se reconfortaban. Subió el volumen de la televisión, encendida todo el día como compañía. Prefería la tele a la radio, que tenía demasiada publicidad y donde solo decían tontás. Su programa favorito era el de la tarde, en formato debate para destripar como cotillas la vida de los famosos. Le gustaba cómo se gritaban y se fijaba mucho en cómo vestían las periodistas más mayores, por si alguna prenda le llamaba para cosérsela ella. Ascensión fue modista antes de casarse y seguía con ese oficio, pero solo para ella misma y algún arreglo ocasional entre amigas.

Se acomodó en el sillón para disfrutar de la tarde en solitario. Su marido se iba los miércoles con los amigos a la Peña, donde podían comer lo que en casa no les permitían, beber un poco más de la cuenta y relacionarse con otros iguales. La Peña era cultural, Peña Amigos del Teatro, y organizaban una obra para las fiestas anuales de la Virgen en agosto, en el pabellón municipal. Siempre tenían lleno absoluto. Además, organizaban la gestión de un par de autobuses al para ir a Madrid a ver alguna obra de teatro o algún musical. El éxito más recordado fue fletar dos autobuses para ir a la capital un finde semana con una noche de hotel, para economizar. Fueron a ver El Rey León y todos volvieron encantados. Aunque la mayor parte de las palomas llenaron el autobús de bolsas de compra de papel de estraza, habían ido a la Gran Vía a unos grandes almacenes muy baratos, Primark, aquello fue su perdición. Allí se cargaron con ropa barata para las próximas dos décadas. Los palomos se miraron con miedo, temiendo que les cambiaran sus pantalones y sus camisas con bolsillo, como siempre habían vestido.

El programa de televisión se inició subiendo la música y con aplausos enlatados mientras presentaban a los tertulianos que, por otro lado, todos los días eran los mismos. En ese momento, sonó el timbre de la puerta, acompañado con golpes en el martillo de la puerta: ¡pan, pan, pan!, tres veces y con fuerza.

—Cago en… Como sea un vendedor le mando a tomar por culo—pensó en voz alta Ascensión. Se levantó con pereza, pero con la agilidad que mantenía, y se dirigió hacia la puerta, profiriendo el clásico… ¡ya vaaaa!

Abrió el portón de su casa y en la acera estaba una mujer de unos cuarenta y cinco años, morena, con alguna cana, el pelo recogido con la ayuda de varias horquillas y terminando en un moño pequeño. Iba enfundada en un abrigo negro de paño ya con muchos usos, medias negras y bufanda del mismo color. Tenía la mirada directa, con ojos saltones y sin sonrisa dibujada. Sus labios, finísimos, contorneaban una comisura descendente como de una U invertida. Tiene guiño, dicen en el pueblo. Con rictus de amargada, exporta soledad por todos los poros. Estaba como la universidad cuando la tuna se va, triste y sola.

—Petra ¿pasa algo? —dijo Ascensión mientras le permitía el paso a su casa—. Pasa a la cocina, que está caliente.

Se acomodaron allí, en la cocina. A Petra empezaba a sobrarle tanta ropa, pues no se atrevía a quitarse el abrigo y la temperatura de la cocina estaba por encima de los veintiocho grados. Luego ya se decidió, y de paso se quitó también la bufanda. Se sentó en el sofá, junto al sillón de Ascensión.

Petra era viuda desde hacía dos años de Vicente, el mayor animador de la peña de teatro. Él era la luz de su vida y amigo de siempre de su Esteban. Cuando el cáncer se llevó a Vicente, Petra se apagó, oscureció su vestuario y su vida social, simplemente se difuminó. Ella había tenido una buena relación con Ascensión, pues sus maridos eran muy amigos y habitualmente coincidían, eso hasta que se fue Vicente. Entonces, Petra también desapareció.

—¿Quieres una infusión? Tengo unas pastas que he comprado esta mañana —le ofreció Ascensión.

Petra negó con la cabeza y la miró con ojos llorosos, necesitaba desahogarse.

—Mira, vengo a avisarte. ¿Recuerdas la ilusión de mi Vicente por tener un local para la Peña donde poder ensayar las obras de teatro? Tu Esteban y mi Vicente estuvieron buscando algo barato durante varios años y todos pensamos que se habían hartado de mirar —hubo un silencio, provocado por Petra para que la información fuera llegando a su amiga. Ascensión tenía todo el interés en la conversación. Su mirada, su cuerpo girado hacia Petra, la respiración acompasada y sus manos en el regazo de su falda—. Lo cierto es que —continuó Petra— encontraron una nave industrial en el polígono del pueblo. Se la compraron a la Chata.

La Chata es el apodo de Nuria, la hija de Manuel, el Chato, industrial de éxito en el pueblo con negocios de almacén de material deconstrucción, una tienda de muebles, una discoteca y un huerto solara las afueras del municipio que generaba toda la energía eléctrica que necesita aquel municipio de trece mil habitantes. Estaba bien relacionado con el alcalde y el resto de las fuerzas vivas, famoso porque todos los años era quien realizaba la donación más alta del pueblo a la Virgen en las fiestas. Se trataba de todo un prohombre del lugar, con habilidad para caer bien a todo el mundo, el mayor empleador del pueblo; pero no te opongas a él porque lo pagarás.

—La Chata les alquiló, con pacto de compra a tu Esteban y mi Vicente, la nave que utiliza la Peña desde hace años. Me he enterado que hace más de uno se ejecutó la compra y que nuestros maridos pusieron de garantía nuestras casas, pues les financió directamente el Chato —nuevo silencio de Petra. Esta vez, Ascensión notaba palpitar su corazón. No entendía mucho la repercusión de lo que le estaba contando Petra, pero el tono agobiado que utilizaba se le estaba contagiando.

Petra siguió su relato.

—Parece que la Peña no va tan bien como antes, sin mi Vicente hay menos socios y menos alegría. La compra se efectuó y la financiación del Chato también. Han pasado los meses y no han podido pagar. He recibido esta carta en mi casa.

Petra sacó del bolsillo un sobre doblado y se lo tendió a su amiga. Ascensión empezó a leer, pero no era capaz de comprender el escrito: Importe de subasta… primera convocatoria… juzgado número 3 de Ciudad Real… deuda total 545.000,00 euros… fecha de subasta…

Le devolvió la carta a Petra y con la mirada le preguntó qué significaba todo eso, que no lo entendía.

—Significa que me quitan mi casa en subasta y que debo pagar 545.000,00 euros para quedármela. Y no los tengo. ¿Has recibido tú otra carta igual?

Ascensión no sabía qué contestar. Esteban no le había dicho nada y además esas cosas las llevaba él. Le preguntaría esta noche.

—No lo sé, Petra, le preguntaré a Esteban e iremos a tu casa para hablar contigo. Yo de estas cosas no entiendo.

—¡Ea! —dijo Petra levantándose de golpe y acercándose a su abrigo para irse.

Ascensión la acompañó a la puerta, ambas en silencio. Cerró y no pudo evitar que las lágrimas inundaran sus ojos.