¿QUIÉN ES EVARISTO GUIJARRO HIEDRA?
«Grandes han sido las calamidades y desgracias sufridas por el colectivo humano a lo largo de su historia: epidemias, terremotos, invasiones y un sinfín de acontecimientos a cuál peor. Famosas son también las plagas de Egipto que, según relato bíblico, fueron diez; la historia que les voy a relatar entroncaría perfectamente con ellas, por lo que la he titulado Evaristo Guijarro Hiedra, la undécima plaga».
Con estas palabras nos presenta Andrés Giménez su novela Evaristo Guijarro Hiedra, la undécima plaga. Se trata de un relato emotivo lleno de simpatía en la que el lector quedará atrapado siguiendo a Evaristo desde su infancia hasta su vida adulta. Sus aventuras, desventuras, travesuras, amores y conquistas nos llenarán de calma y ganas de vivir.
Os dejamos con un fragmento de la obra:
En aquella época los maestros no eran muy dados a las excursiones y visitas con los alumnos, pero quiso la fortuna, para Evaristo, por supuesto, que un hermano del maestro tuviera una tienda de animales. Después de muchas invitaciones, tal vez por interés comercial, accedió don Ramiro a asistir a dicha tienda acompañado por sus discípulos. La tienda era espaciosa y con amplios ventanales, lo que daba luz y realce a la mercancía que allí se mostraba; principalmente un gran número de pájaros y peces tropicales. Los niños se agolparon alrededor de las peceras, pues lo que allí se exhibía era muy interesante. Evaristo se colocó en un extremo de la tienda, justo detrás de una fila donde sus compañeros estaban agolpados para ver un pez ángel. En un santiamén utilizó su golpe favorito, la patada, y varios de los niños se precipitaron sobre la pecera, cayendo esta al suelo y derramando agua y peces por toda la estancia. Raudos, el maestro y su hermano se pusieron a coger los resbaladizos peces y encomendaron a los niños que se pusieran pegados a la pared para no pisarlos. Qué hizo mientras tanto nuestro «angelito», pues ni más ni menos que abrir la jaula que contenía el gran número de aves que, al verse libres, se precipitaron contra las ventanas para caer junto a los casi ahogados peces. La ensalada era descomunal: niños, peces, aves y dos adultos por los suelos intentando pescar y cazar la fauna que allí se movía. Las crónicas no dicen cómo terminó aquello, lo cierto es que don Ramiro no volvió a salir de su aula en toda su vida profesional.
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